jueves, 26 de mayo de 2011

Review: Grizzly Man

 por Conde Orlok

Grizzly Man

Direccion: Werner Herzog.
Casting: Timothy Treadwell, Jewel Palovak.
Estados Unidos, 2003.



En los últimos días del verano del 2003, el entusiasta ambientalista Timothy Treadwell murió junto a su novia bajo las garras de un oso pardo (los famosos osos grizzli americanos). Nadie se sorprendió. Treadwell, un hombre que le entregó su vida a la observación y, más que estudio, comunión con los osos, estuvo siempre consciente de que aquel podía ser su final, como lo vemos en las cintas que se recuperaron —grabadas hasta el preciso instante de su fallecimiento. Ese es el centro del documental Grizzly Man, de Werner Herzog. Un estudio sobre la vida de un hombre que se convenció a sí mismo de que la naturaleza se podía domar. 

Como el título del film nos indica, este documental no versa sobre la belleza de los osos o su estilo de vida. Trata de un hombre, un protagonista histriónico obsesionado con aquellos que considera “sus verdaderos amigos”. De entrada, tenemos las estupendas grabaciones que realizó en más de 100 horas de película, un contacto con la naturaleza que haría babear de envidia al Discovery Channel: el viento soplando entre los arbustos de Alaska y los osos pardos, esa mañana en la que un zorrito se subió sobre su carpa a juguetear, el contacto cercano y personal con un grizzli (al punto de que Treadwell lo toca en la nariz). Ahora, no sé si tú estás muy informado sobre qué es un oso grizzli, pero si no, te explico que existe una ley en los Estados Unidos según la cual debes mantener una distancia prudencial de esos animales, catalogados por todos los expertos como animales salvajes y mortales cuando resultan agresivos. Ver a Treadwell a menos de cinco metros de un grizzli y de espalda resulta escalofriante. Pero para él, era cosa de todos los días. Y los motivos van más allá del arquetípico amante de los animales. 

A lo largo del documental, descubrimos que Treadwell era un hombre perdido, un muchacho buscando una razón para vivir, entregado a la natación y luego a las drogas y el alcohol. Tras haber tocado el fondo del espiral, un amigo le recomienda que vaya a compartir con la naturaleza y así, observando de cerca a los grizzlis, Treadwell asegura que consiguió la sanación. Pero ¿ha cambiado una obsesión por otra? 

Viendo esos archivos personales de un hombre que resultó famosísimo por su defensa a los osos, conseguimos a un niño en el cuerpo de un hombre. Llora al expresar su amor por los grizzli y afirma repetidas veces que “los amo, los amo, los amo. Moriría por estos animales”.  Se considera a sí mismo el defensor de los osos ante un mundo desalmado y cruel (gritando a todo pulmón cuando no cae lluvia y sus osos pasan hambre). Les pone nombres y les promete visitarlos de nuevo al final del verano de manera individual. Aunque su acompañante y novia le tiene un pavor justificado a aquellas bestias, Treadwell no duda a la hora de darse un baño con uno en una laguna. Dice que “si no muestras miedo, si mantienes la compostura ante ellos, entenderán que deben respetarte,” pero en palabras de uno de los entrevistados, “creo que Treadwell creía que eran hombres disfrazados de osos y no animales salvajes”. 

Todo esto significa que, como protagonista, le va como anillo al dedo a Werner Herzog, un cineasta caracterizado por personajes obsesivos y búsquedas épicas condenadas al fracaso. Aquí, mantiene una distancia prudencial, un comentarista ocasional, dejando que sea el autor original el que haga toda la exposición. La calidad de fotografía es impecable y no puedo sino alucinar imaginándome cómo se vería en blu-ray. A mitad de camino crónica, a mitad ensayo, las entrevistas (que abarcan a los padres de Timothy e incluso al forense) nos acercan un poco más a quién fue aquel tipo que aseguró que odiaba al mundo de las personas y no podía esperar para volver a encontrarse con sus amigos en el mundo de los osos (mundos que mantiene claramente separados). 

Nos queda entonces el retrato de una obsesión. Un film sobre la pasión de un hombre y sobre los extremos que está dispuesto a alcanzar con tal de satisfacerla. Al mismo tiempo, vemos la historia de un tonto educado, un cineasta con la madurez emocional de un pre-púber que cree que puede convivir indefinidamente con animales salvajes y no verse lastimado. Timothy Treadwell no era estúpido (vivió 13 veranos entre los grizzlis) y, como me dijo un amigo, de no haber cometido el error que ustedes verán en el film, podría haberse quedado con ellos indefinidamente. Pero cuando los créditos finales aparecen, sólo podemos recordar las palabras de Herzog: “lo que me espanta, lo que me persigue, es que en todas las caras de todos los osos que Treadwell filmó, no descubro afinidad, comprensión, misericordia. Sólo veo la sobrecogedora indiferencia de la naturaleza. Para mí, no existe el mundo secreto de los osos. Y esta mirada en blanco habla sólo de un innato interés en alimento. Pero para Timothy Treadwell, este oso era un amigo, un salvador”.


5 gritos de 5

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